Comentario
Las teorías estructuralistas, vinculadas al pensamiento de la CEPAL (Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina), insisten en puntualizar la importancia que tuvo la crisis de 1929 en el proceso de industrialización latinoamericano, de modo que habría un antes y un después de 1930. El antes estaría marcado por la actividad primario exportadora y el después por la industrialización sustitutiva de importaciones. Trabajos recientes plantean lo contrario, la existencia de un sector industrial más o menos pujante en algunos países, un sector que sin ocupar un papel determinante en la estructura económica, que seguía siendo básicamente agraria, sí estaba directamente vinculado con el desarrollo de las exportaciones. En efecto, las naciones con un crecimiento mayor, las que contaban con un mercado interno más amplio, eran las que antes de la crisis habían desarrollado un sector industrial más extendido. Esto se comprueba en el caso de Brasil, cuya producción industrial en 1929 representaba el 11,7 por ciento de la renta nacional, muy por detrás de la agricultura.
Una pregunta que se suele formular con bastante insistencia a la hora de estudiar el problema del crecimiento económico latinoamericano está vinculada con las razones de la tardía industrialización, en comparación con Europa, Estados Unidos o Japón. La explicación de que América Latina optó, o fue obligada, a jugar un determinado papel en el esquema de la división internacional del trabajo por entonces imperante, resulta poco satisfactoria por la cantidad de interrogantes que deja sin responder. En primer lugar, habría que señalar que a los terratenientes les resultaba mucho más rentable invertir en actividades vinculadas con la exportación de productos primarios que en la producción de manufacturas. Era una elección totalmente racional y no forzada por las presiones de los comerciantes imperialistas. La falta de empresarios y de capitales era otra traba importante en el camino de la industrialización. Las distancias, el mal estado de los caminos y las comunicaciones, los accidentes geográficos, eran factores que impedían la ampliación y la homogeneización del mercado interno, que era uno de los principales estímulos para la industrialización. Con altos costos de producción y una demanda limitada era difícil, y poco rentable, dedicarse a la industria.
Siguiendo a Colin Lewis, podemos distinguir tres etapas claramente diferenciadas en el proceso de industrialización latinoamericano previo a 1930. En primer lugar, el período de las décadas que siguieron a la independencia, caracterizado por bruscos reajustes en las manufacturas y artesanías coloniales y donde en algunos casos se sentaron las bases para instalar industrias modernas. La segunda etapa está directamente vinculada con el período de gran expansión de las exportaciones (1870-1880 a 1914), en el cual el desarrollo económico e institucional creó las bases para el desarrollo de un mercado consumidor de manufacturas. Las industrias que se crearon en esa época estaban bien al servicio del sector exportador o tenían como objeto abastecer a los centros urbanos más importantes. La tercera etapa se extendería desde la Primera Guerra Mundial a la crisis del 30 y estaría caracterizada por importantes cambios tanto en la escala de la producción como en la composición de los productos manufacturados. En algunos países, esta tercera etapa habría comenzado en torno al principio del siglo XX.
Antes de la aterra las manufacturas locales comenzaron a elaborar un elevado número de productos. La industria chilena en 1914 había alcanzado un importante nivel de diversificación y producía aceites industriales, maquinaria para la minería y papel. En la Argentina, el número de obreros metalúrgicos pasó de 6.000 en 1895 a más de 14.600 en 1914. En Brasil, el sector siderúrgico también estaba muy bien asentado y la industria textil algodonera conoció una fuerte expansión a partir de 1905. En esa época existían cerca de 100 fábricas que empleaban a más de 40.000 obreros y producían 250.000 metros anuales de telas.
La Primera Guerra Mundial, con su secuela de transformaciones, también influyó en América Latina. Los intercambios se vieron seriamente afectados por la evolución de la contienda y por los ataques que sufrían los barcos mercantes que atravesaban el Atlántico. Al exportar menos, se contaba con menos dinero para pagar las importaciones. Al mismo tiempo, los países europeos implicados en la guerra desplazaron la mayor parte de su esfuerzo a la producción de armas y pertrechos bélicos, por lo que la producción de manufacturas y bienes de equipo para la exportación se contrajo sensiblemente. De este modo, la importación en América Latina de manufacturas europeas también se resintió.
Fue en estos momentos cuando se produjo la primera experiencia de industrialización por sustitución de importaciones. En aquellos países que tenían una cierta capacidad instalada se comenzaron a producir las manufacturas que habían dejado de llegar, con el ánimo de seguir abasteciendo el mercado interno. Muchos talleres de reparación se convirtieron en fábricas y en muchos casos fue necesario aumentar el número de turnos de trabajo con el objeto de incrementar la producción.
Pese a las dificultades, existieron en América Latina algunos casos de industrialización más destacados, que vale la pena mencionar por su importancia futura. Entre ellos destacan Monterrey, en México; la región de Sáo Paulo y los alrededores de Buenos Aires. Si bien la producción se centró básicamente en artículos de consumo, en Monterrey la industria siderúrgica alcanzó una importancia nada desdeñable. La industria desarrollada en estos años tenía la ventaja de consumir en buena parte insumos nacionales, lo que no afectaba negativamente a la balanza de pagos, a diferencia de lo que ocurriría con las industrias desarrolladas después de los años 30 a partir de la experiencia sustitutiva.